VÍCTOR BOTAS
ROMA
¿Recuerdas una tarde en que te puse flores
granantes en el pelo, ¿allá en el Aventino?
Parecías talmente una diosa pagana.
O mejor, una ninfa: la Dafne legendaria
que jamás tuvo Apolo, por obra de los dioses.
Esa tarde aún espera su momento preciso,
temblando en cierta página de un libro ¿Y aquella
noche antigua, su tibieza de estío, rodeados
de faunos y bacantes, de amorcillos inquietos,
en un café de Vía Veneto? ¿La recuerdas? Reías,
reíamos los dos, reíamos como antes
no habíamos reído en nuestras vidas - ¡Oh, Dios,
qué sensación maldita de vivir, insoportable, extraña,
de la que nada me aliviaba! Fue,
fue como si todo, todo, se hubiera indo borrando (el tráfico,
la puerta Pinciana iluminada y ocre, el orgulloso
Excelsior) y tan sólo tú y yo quedáramos en Roma;
solos tú y yo y esa luna tranquila y silenciosa
de yodos los amantes, una luna muy pálida y muy grande,
una luna
que también se reía, redonda en su alto cielo cárdeno
y cargado de astros, de estrellas y de dioses,
mil veces más antiguo que el gran cielo de Júpiter.
Solos tú y yo en el mundo, cogidos de la mano
por el Campo dei Fiori. Solos tú y yo en el mundo
por Vía del Babuino, por el Corso, al pie
del viejo arco de Tito, bajo las rotas bóvedas
del Foro de Trajano. Y aquel lento vagar como embrujados
por la villa Borghese o arriba, en el Janículo,
con la ciudad convulsa a nuestros pies,
con la ciudad herida a nuestros pies,
con la ciudad sufriendo a nuestros pies,
adormecida
qual que si acabara de salir
de un ataque epiléptico.
¿Recuerdas todo eso?
También hubo un paseo junto al río: mirábamos
sus aguas que arrastraron graves togas,
cadáveres e imperios,
y batallas y puentes. De uno dellos te dije: ese
es el puente Emilio, Dafne. ¿Lo recuerdas?
El púrpura del cielo flotará cada día en las colinas
al caer el crepúsculo.
Pero lo más curioso
(lo más curioso, Dafne)
es que nunca estuvimos
tú y yo juntos en Roma.
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ROMA
Recordas uma tarde em que te pus cachos
de flores no cabelo, lá no Aventino?
Parecias tanto uma deusa pagã.
Ou melhor, uma ninfa: a Dafne legendária
que Apolo nunca possuíu, por graças dos deuses.
Essa tarde ainda espera o seu momento preciso,
tremendo em certa página de um livro. E aquela
noite antiga, a sua tepidez de estio, rodeados
de faunos e bacantes, de namoriscos inquietos,
num café da Vía Veneto? Recorda-lo? Rias,
ríamos os dois, ríamos como antes
não tinhamos rido nas nossas vidas. Oh, Deus,
que sensação maldita de viver, insuportável, estranha,
de que ninguém me aliviava! Foi,
foi como se tudo, tudo, se tivesse ido esfumando (o tráfego,
aporta Pinciana, iluminada e ocre, o orgulhoso
Excelsior) e só tu e eu sobrássemos em Roma;
só tu e eu e essa lua tranquila e silenciosa
de todos os amantes, uma lua muito pálida e muito grande,
uma lua
que também se ria, redonda no seu alto céu violeta
e carregado de astros, de estrelas e de deuses,
mil vezes mais antigo que o céu de Júpiter.
Só tu e eu no mundo, de mão dada
pelo Campi dei Fiori. Só tu e eu no mundo
pela Vía del Babuino, pelo Corso, junto
ao velho arco de Tito, debaixo das abóbodas rotas
do fórum de Trajano. E aquele lento deambular como embruxados
pela Villa Borghese ou acima, no Janículo,
com a cidade convulsa aos nossos pés,
com a cidade ferida aos nossos pés,
com a cidade sofrendo aos nossos pés,
adormecida
como se acabasse de sair
de um ataque epiléptico.
Recordas tudo isso?
Também houve um passeio junto ao rio: mirávamos
as suas águas, que arrastaram graves togas,
cadaveres e impérios
e batalhas e pontes. De uma delas disse-te: essa
é a ponte Emilio, Dafne. Recordas?
A púrpura do céu flutuará todos os dias nas colinas
ao cair o crepúsculo.
Mas o mais curioso
(o mais curioso, Dafne)
é que nunca estivemos
tu e eu juntos em Roma.